Musculoso, que no grueso, y de apariencia salvaje, el ocicat es un gato grande, alargado, musculoso y fuerte; con los huesos robustos, patas de longitud intermedia y pecho profundo. Presenta unas orejas con penachos y una cola ancha. Los ojos son grandes y almendrados, un tanto oblicuos. Pueden ser de cualquier color, salvo azul.
Por lo que respecta al pelaje, aunque sea corto, posee la suficiente longitud como para tener varias franjas de color. Tal pelo es fino, liso y sedoso. Los colores del ocicat, habitualmente son claros, bien definidos y aún más suaves en la cara y el maxilar inferior.
Un animal salvaje en miniatura y domesticado
Junto con el mau egipcio y el bengalí, conforman las razas más similares, por su aspecto, a los animales salvajes, aunque, a diferencia de las otras dos, el ocicat proviene de cruces intencionados de otras razas gatunas en el intento por obtener una fiera en miniatura y, lógicamente, doméstica. Más concretamente, los criadores pretendían obtener un peqeuño ocelote.
Los esfuerzos por obtener este híbrido se hacían en Estados Unidos a lo largo de los sesenta. Era, concretamente, la criadora Victoria Daly quien cruzaba a un siamés de color chocolate con un cruce de siamés y abisinio. El resultado: una camada de mascarados entre lo que nació uno tabby. Con estableció el patrón de una raza reconocida en 1987 en América y en 1992 en Europa.
Sano y de buen carácter
El carácter del ocicat es el de un gato inteligente, equilibrado y vital. También son felinos sociables que reclaman, por la vía que sea, su dosis constante de afecto y que se adaptan muy bien a vivir con otros gatos e incluso perros. De hecho, si hay algo que detestan es la soledad, y prefieren vivir en el interior de las casas.
Los pocos cuidados específicos que nos requiere el ocicat se refieren a un cepillado y un baño esporádicos. Asimismo, suelen ser animales sanos, a los que no se les atribuye ninguna enfermedad propia de la raza.